Mi pueblo en confinamiento: cómo esquivar la hiperconexión y jugar con la ley

La carretera principal que atraviesa el pueblo tiene este aspecto debido al confinamiento

El día que se decretó el confinamiento, el 13 de marzo, jamás podía imaginar lo que con él vendría. En el momento de dejar la Zaragoza que me acoge para regresar a mi Carcastillo natal, no me di cuenta de la cantidad de cosas que iba a perder y a ganar. Pese a que desconocía cuándo iba a volver a la ciudad -algo que con el tiempo se ha agravado ya que no volveré hasta dentro de un año-, era totalmente ajeno a que hay personas a las que no voy a volver a ver siquiera.

Localización de Carcastillo en el mapa de Navarra (Imagen obtenida de la web «Lebrel Blanco»)

Obviando la teórica imposibilidad de salir de casa, en el pueblo hay algo que supone un pesadísimo lastre a la hora de afrontar la situación de confinamiento: Internet. Todos queremos que se nos reconozca como personas independientes frente a las máquinas, e Internet es la principal razón por la que nadie puede afirmarlo. Utilizamos la tecnología para el trabajo y el ocio, para informarnos y entretenernos, para aprender o evadirnos… Internet –o, más bien, la ausencia de este- es el tema central sobre el que gira la vida de cualquier estudiante en cuarentena, especialmente en un pueblo. Esto es así por dos razones inversamente similares que están relacionadas con dos ámbitos citados con anterioridad: el trabajo y el ocio. Por el lado del trabajo, obviamente, supone un lastre tremendo. Mi vida académica se ha visto retorcidamente perjudicada por ello.

El tiempo en Carcastillo no ayuda a remediar la mala conexión a Internet en el pueblo

Aunque pueda parecer que se trate de un cliché, la realidad es que en un pueblo como el mío, donde la fibra óptica es todavía una ilusión, la conexión juega malísimas pasadas en forma de mensajes flotantes donde lo único que se lee es “sin conexión a Internet”, “Windows no pudo conectarse” o “no hay conexiones disponibles”. He visto al dinosaurio de Google Chrome muchas más veces de las que me hubiera gustado. Por la otra parte, la del ocio, uno redescubre -ya que sobreviví a Carcastillo y a sus problemas de conexión durante 18 años- que en realidad no se está tan mal. Si bien es cierto que, para un melómano como yo, que se detenga la playlist de Spotify o la canción que estabas reproduciendo en YouTube no es plato de buen gusto, uno le acaba pillando el gusto a emisoras como Rock FM mientras lee o toma el café. Lo positivo en todo esto es, sin duda, que disminuye la cantidad de horas diarias que pasa uno mirando un monitor, que ya bastantes pasamos por obligación en frente del ordenador como para descansar de mirar pantallas mirando pantallas.

Los vecinos de Carcastillo aplauden todos los días a las 20:00, e incluso alguno se arranca con una típica jota (Vídeo subido por Sara Brun)

Es cierto que mi pueblo, de unos 2500 habitantes (y bajando), tiene alguna cosa más perjudicial que la ausencia de fibra, como cierto tipo de persona a la que el confinamiento le es esquivo. No en las primeras semanas sino en las posteriores, la gente se ha tomado la cuarentena con cierta ligereza en algunos casos. Estos son una minoría, ya que la gran mayoría de las personas, como quiero creer que en las ciudades, se mantiene firme y se muestra crítica con quienes se saltan el confinamiento. Comenzando con paseos nocturnos -para evitar el ‘qué dirán’, que rige los pueblos pequeños desde siempre- que fueron mutando de hora hasta alcanzar la luz del día, algunos pretendían hacer suya la ley aprovechando que la Guardia Civil (único cuerpo policial con cuartel en el pueblo) descansaba para peinar eternamente Carcastillo durante el día.

La Policía Foral, realizando un control preventivo en la entrada de Carcastillo
La Policía Foral, encargada de patrullar las calles de Carcastillo durante el confinamiento. Fotografía publicada por la Policía Foral.

Estas actitudes desembocaron en un profundo malestar entre los vecinos que tuvieron como consecuencia que el propio ayuntamiento encargara a la Policía Foral –estos sí salen por la noche– que se alternara con la Guardia Civil el trabajo de vigilancia. Se relajaron entonces las cosas, aunque siempre hay quien te sorprenda en este lugar y adopte un perro apelando a sus ganas de salir a la calle y, de paso, a su solidaridad (la excusa perfecta). En todo caso, perros y dueños carcastillejos van a verse poco a poco satisfechos. Unos, por descansar por fin de tanto paseo y, los otros, por la posibilidad gradual de ir recuperando sus vidas, precisamente porque somos un pueblo pequeño.

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